El Otro

El Otro.

Ha comenzado a oscurecer rápidamente, sin ni siquiera darme cuenta de ello. El sol se ha ocultado sin previo aviso, sin darme ninguna señal de que podría hacerlo de una manera tan esquiva y mezquina….

Y ahora que anochece, parece que el tiempo se detiene cada vez que doblo por cualquier esquina. Observo las sombras de los pocos transeúntes que se van cruzando en mi camino, deambulan con sus cabezas agachadas y eso no es nada alentador. A ellos también les ha debido sorprender la rapidez con la que la noche ha hecho su presencia.

Será una noche larga, lo presiento. Tal vez debiera prepararme por si ocurriera lo inevitable. Sé que es algo improbable, no soy el único que se encuentra a merced de El otro, pero eso no me consuela en lo más mínimo.

Sí; ya sé que debería haber procedido de una manera más racional, con más cautela y no haber salido de casa, pero no sé por qué una extraña sensación de protagonismo se ha apoderado de mí y aquí me ven ustedes, en plena noche, recorriendo las oscuras calles de esta ciudad. Ahora ya no hay remedio para eso y de poco vale que me arrepienta de mis irresponsables actos. A veces me dejo llevar por ciertos impulsos inapropiados. ¡Ah, qué estúpido he sido!

Bueno, de poco sirve lamentarse ya, ¿no creen?

Intento aligerar mi paso ya no tan firme, pero mis pies no me obedecen como yo quisiera y tampoco quiero llamar la atención. El otro podría estar tan cerca de mí como yo de él y eso atemoriza hasta al hombre más valiente o envalentona hasta al más cobarde…., nunca se sabe.

Es curioso cómo uno agudiza el oído en estas situaciones. Ahora camino como el resto de los desdichados transeúntes, tomando mis propias precauciones, no levantando la mirada, con la cabeza tan agachada como me es posible. A merced de dicho sentido intento escuchar todo tipo de sonidos que me aporten cualquier tipo de información, toda percepción es poca.

A pocos metros de mí puedo sentir cómo una pareja se va acercando poco a poco hacia mi posición, les delatan, a ella unos zapatos de tacón alto, a uno de ellos les falta la tapa y el sonido entre ambos pasos es desigual, un sonido sordo, otro sonoro, mientras que él camina sobre un par de botas camperas. Ese sonido es bastante familiar para mí ya que durante los últimos seis años mis pies no se han calzado de otra manera.

Hasta lo que yo sé, El otro nunca ha actuado en pareja, pero como ustedes comprenderán no voy a correr el riesgo de descubrir que tal posibilidad exista. No sé hacia dónde dirigir mis pasos, pero tengo claro que debo dejar la posición que ocupo. Extrañamente la pareja se ha parado en seco en el mismo momento en el que he comenzado a caminar y un grito femenino y desgarrador se ha producido en mi tercer paso. Creo que la mujer de los tacones altos y desiguales se ha desmayado creyendo que yo podría ser El otro, pero como supondrán ustedes no me voy a quedar en la escena para comprobarlo.

Es difícil mantener un rumbo decidido y dirigirse a un sitio en concreto mirando una y otra vez al suelo, pero levantar la cabeza puede significar mi propia destrucción, la muerte, o el conocimiento y no estoy dispuesto a que eso pueda ocurrirme hoy.

No sé si ustedes estarán de acuerdo conmigo o no, la verdad sea dicha, me importa poco lo que ustedes puedan pensar al respecto, pero temo mucho más al conocimiento que a la muerte. Siempre he pensado que uno es más feliz en su vida si desconoce ciertas cosas, tanto de uno mismo como de la realidad que le rodea. ¡Bendita seas, ignorancia!

Es posible que la ignorancia mate, pero matan tantas cosas en la vida que a veces es mejor no saber y vivir en la eterna ignorancia. Créanme. Se es más feliz. Sé de lo que les hablo.

Por otra parte, temer a la muerte es de necios, ya que ese boleto todos lo tenemos comprado desde el momento en que nacemos, por tanto, no debemos preocuparnos por ello. Cuando llegue el momento la conoceremos y nos liberará tanto de la ignorancia como del conocimiento.

Resulta extraño que mi mente se haya puesto a divagar mientras el peligro acecha, debería centrarme más en lo que ocurre a mi alrededor. El otro debe deambular más o menos por las mismas calles por las que yo transito.

Intentaré nuevamente agudizar el oído.

Algo suena en la lejanía, es un sonido como de metal que se va acercando, poco a poco, es un sonido interrumpido……..…, en efecto, ahora lo veo, es una lata golpeada una y otra vez por un niño con el pie. Las calles permanecen en silencio y esa lata es lo único que se oye en esta parte de la ciudad. Intento avisar al crío, le grito que se refugie, pero está tan absorto jugando con la lata que ni me oye, ni me ve, y tal como apareció, desaparece.

Es curioso comprobar cómo el miedo se ha apoderado de la ciudad y ese niño se divierte sin saber el peligro que corre. Es la bendita ignorancia la que le hace disfrutar de un momento así, ¿no creen?

Los minutos se van desgranando uno a uno por mi reloj sin que pase nada notorio de ser relatado. Creo que me dirigiré hacia casa. Ya he tenido suficiente adrenalina por hoy, sin embargo un último acto de piedad se presenta ante mí.

Sólo estoy a unas pocas manzanas de mi casa, pero si mis ojos no me engañan al fondo de la calle hay una persona tumbada en la acera. Mientras me voy acercando comienzo a distinguir una botella de alcohol en su mano. Es un borracho, en efecto. Mi sentido del deber me lleva a acercarme a él e intentar ayudarlo, creo que estaría más seguro refugiado en uno de los patios del vecindario.

Le apesta el aliento a whisky barato, pero no voy a dejarlo ahí. No sé quién es, no lo conozco en absoluto, pero debo ayudarlo. Lleva una buena trompa encima, se le nota, casi no puede abrir los ojos, sin embargo, en el mismo momento en el que siente mi mano tras su espalda, gira su ladeada cabeza hacia mí y abre los ojos.

  • “Tú”- balbucea- “Eres tú, eres el otro”

Son palabras de un borracho, pero no sé por qué, comienzo a correr, mientras él sacando fuerzas de no sé dónde emula un grito que le sale de las entrañas.

“El otro, es el otro”- repite una y otra vez.

La noche se convierte de repente en claridad, las luces de las ventanas se encienden acompasadas una a una, y esta parte de la ciudad ha dejado de ser un camino de sombras.

Ahora ya no deambulo solo, la reciente duda me acompaña y comienzo a atormentarme.

Por fin llego a casa, pero mi mente no puede olvidar esa mirada de miedo de la que ha sido testigo hace unos minutos. Y entonces es cuando comienzo a temblar y siento cómo un sudor frío se va expandiendo sin cesar por todo este otro cuerpo.

Frases como “ya no me quieres”, “no eres como antes” “te has convertido en otra persona” aparecen agolpadas frente al vestíbulo. Y mientras soporto estoicamente la misma melodía repetitiva comienzo a entender que yo soy El otro, ese otro al que tanto he temido.

Y todo comienza a tener sentido. Es el asqueroso conocimiento de las cosas.

Les diré, queridos lectores, que no soy el único, que la vida está llena de otros y de otras iguales a mí, que un día dejaron de querer, de amar, y de corresponder a sus parejas y muchas de ellas todavía no lo saben. Sólo la estupidez les ciega la evidencia. ¡Vayan con cuidado!

Que pasen un buen día.

Una respuesta a “El Otro

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